Después de entregar su cuerpo al descanso vespertino quiso soñar. Pasado un instante las sábanas eran lava, rescató el hielo de su corazón y lo repartió sobre el colchón. Al amanecer un libro abierto incomodó su pecho y el despertador exhaló un último lamento. Él no volvería a ser el mismo, lo supo en el momento justo de ser devorado por la cortina.