Hace ya más de treinta
años que llené un morral con un par de pantalones, unas camisas,
algo de ropa interior de adentro (como diría Pepito Monagas) y en el
coche de hora dejé mi barranco para asentarme en la capital.
Mi abuela, que años
antes había seguido a mis tíos, me preparó una cama y me dio
comida. Pronto encontré trabajo en la construcción, dejé Utiaca ,
pues las autoridades aconsejaban movilidad para lograr empleo y de
esta forma ayudar en el desarrollo de “nuestra economía”, y
miren por donde el trabajo que me salió me obligaba a trasladarme a
diario a Valleseco.
Pasé el otoño y el
invierno trabajando de peón en la obra del chalet de un señor que
habitualmente residía en Tafira, quien seguramente movido por el
interés general y lo de la movilidad, quería aportar su granito de
hormigón al desarrollo de “nuestra economía”.
Llegó la primavera y
solo quedaba trabajo para una cuadrilla de pintores, para mí y otros
compañeros una especie de ERE que nos obligaba a visitar la oficina
de empleo.
Un jueves por la mañana
el contable del contratista me dio los papeles, un sobre con el
finiquito y me aconsejó que arreglara el paro cuanto antes.
-Si quieres que te
contraten tienes que tener la cartilla en regla.
De esa forma la empresa
podía rebajar no sé que gastos de la seguridad social.
El viernes a las siete
menos diez estaba plantado haciendo cola en la oficina de la calle
Mariucha, a las once y media me atendió un señor que hablaba
escupiendo, igualito que una maestra aragonesa que tuve en el Grupo,
se le entendía poco, y por lo poco que le pude comprender ,vino a
decirme que yo debía ir a la oficina de Tomás Morales pues aunque
viviera con mi abuela en Pablo Penáguilas yo estaba empadronado en
San Mateo y los a maúros les tocaba la oficina de Tomás Morales ¡la
más cercana al Hoyo!
Esto era movilidad y lo
demás batatas.
El lunes madrugué otra
vez y a las seis y media estaba cogiendo la tres Rehoyas en la calle
Zaragoza. A las doce ya estaba todo arreglado y en vez de ir como
todo el mundo al bar de enfrente, me metí en la librería de al lado,
si les digo la verdad no sé por qué.
Allí pasé algo más de
media hora mirando las estanterías, porque tanto libro no me dejaba
ver más que un montón de papeles cuidadosamente encuadernados.
En un rincón encontré
un libro que me llamó la atención, era el más barato de los que
pude ver, Canarias, otro Volcán, eso ponía la portada.
Ese libro me acompañó
durante años. Se fue conmigo a Puerto Rico (sector gondolero de los
primeros ochenta) a Maspalomas , a Fuerteventura y tuvo que ser en Lanzarote donde lo perdiera por las fiestas de San Ginés, cuando
entraron a robar en la caseta de la obra donde trabajaba.
Dijeron que fue un
gallego, pero para mí que fue el mismísimo Antonio Cubillo que ya
empezaba a desvariar y era una forma de ocultar su pasado.
Mi identidad nacional ya
estaba asentada y la de clase también pero aquel libro era como un
talismán, y me jodió perderlo, más que las latas de sardinas y
caballas que formaron parte del botín.
Un par de días después
lo encontré de nuevo en una librería de la calle Real. En la
librería “España”, con dos cojones.
Pasó el tiempo, y yo
mantuve mi compromiso de movilidad saltando hasta la Gomera. Fue una
tarde mientras trabajaba en la obra del aeropuerto colombino. Una
importante infraestructura que sin duda mejora la movilidad, a los de
fuera de la isla de Hupalupa porque lo que es al pueblo gomero, quitando al paisanaje de Alajeró y Tecina, la cosa les queda a
trasmano. Después de la suelta resolví moverme de nuevo.
Volví a mi Tamarán. Una
chapuza aquí, otra más allá, hasta que me toco el gordo; un contrato
con el ayuntamiento de Las Palmas, de los del Plan Canario de Empleo.
Lo primero que me dijeron fue que allí no se iba con prisas y lo
segundo que teníamos que hacer un camino por la ladera de Mata,
desde la carretera hasta la parte alta de la muralla. Debía ser una
obra que mejorara la movilidad de los vecinos de las chabolas de San
Lázaro y los del Polvorín, y de extrema urgencia porque aquello no
tenía ni proyecto ni permiso de obras, la cosa era entretener a una
veintena de desempleados durante un año.
Con muchos dolores de
espalda y poca oferta de trabajo decidí coger
una excedencia y bajarme del andamio.
Me
dedique al mercadeo de libros escolares, más limpio y mejor pagado
que la construcción, durante unos años hasta que de nuevo me vi en
la oficina de empleo.
Y lo que son las cosas,
aquellas autoridades que nos hablaban de movilidad interinsular me
dicen ahora que de moverme dentro de nuestras aguas territoriales
nada de nada, que si pedí la excedencia de albañil y no me reincorporé
siendo joven, ahora ya no poseo las competencias necesarias para
colocar bloques y que lo de vender libros esta muy jodido por la
crisis (... porque el personal lee poco, porque el gobierno no compra
libros para las bibliotecas, porque los chiquillos ahora van a la
escuela 2.0 …) total que si quiero continuar con mi compromiso de
movilidad debo irme a Alemania.
El lunes pasado me
presente en el consulado para preguntar, me atendió un hombre
de talle grande, rubio de ojos claros y piel muy morena, pero un
moreno claro y brillante no el moreno agromán que yo luzco. Me dio un
folleto que resumiendo venía a decir:
Ser
profesional joven y cualificado en Sanidad, Ingeniería,
Docencia u Hostelería y Turismo , poseer conocimientos de alemán
(el B1-B2 del Marco Común Europeo de Referencia para las lenguas) y
"medios válidos para la subsistencia", por ejemplo; el paro o la
herencia de un tatarabuelo que echó raíces en la vieja Santa Clara o
en la Habana.
Del consulado me fui a un
bar del Parquesantacatalina a echarme una cerveza, me atendió
amablemente un camarero con pintas de ser primo del empleado
consular. Le pregunte por su origen y me dijo que era de Agüimes, pero su madre era una teutona que llevaba cuarenta años aquí. Trabajando de camarera aunque sigue sin hablar nuestra lengua.
Saqué el folleto del
bolsillo de la chaqueta y lo deje encima de la barra en vez de la
propina. Cogí camino al intercambiador de guaguas y pregunté por el
coche de hora para ir a Utiaca. La chiquilla me miró algo extrañada
y preguntó a uno de sus compañeros, el hombre, que ya peina canas y con acento peninsular, se acercó y mirando su PDA me dijo que debía tomar primero la línea 323 hasta la
Vega y allí la 307 hasta Utiaca.
Con tanta movilidad yo me
he quedado parado y pensando seriamente volver barranco arriba, echar
un cacho de papas, poner unas cabritas y darme de baja en las nuevas
tecnologías, que para uno aguantar que vengan de fuera a decirle lo
que tiene que hacer para vivir en tu tierra no hace falta tanta
tontería, o a lo mejor me llevo el portátil “pa´rriba” que de
repente a las cabras ahora se las puede ordeñar por Internet.
¡Ah! el libro “Canarias, otro Volcán”, me acompaña y el día menos pensado este pueblo
será lava.