Es domingo, la tarde se apodera de un mediodía de sol y nubes. Los chiquillos corretean por la calle y la pelotas botan sobre los coches. Doña Marina, asomada a su púlpito con rejas de la segunda planta, escupe una larga letanía llena de improperios y de un golpe echa las cortinas. Juanjo descansa sus huesos apoyado a una farola, aún puede con un par de perras de vino más y no encuentra quien se las sirva. Yo observo de reojo un almanaque y caigo en la cuenta de que han pasado casi medio siglo y aún sigo de invierno, eso sí ahora ya no llueve y el frío ahora es artificial ...