Nací en una isla rica en
biodiversidad, atlántica y subtropical. ¡Tranquilos! No es un
eslogan de del nacionalismo criollo, para ello debía incluir lo de
periférica. Es sólo un apunte, una advertencia, una aclaración y
no una mera condición. Nací en una casa cueva, hijo de albañil y
costurera, nieto de labradores, ahora queda más rural y proletario.
Nací lejos de la escuela, lo que no es excusa para no haber
estudiado, pero, sin duda alguna tuvo mucho que ver, mas que nada
porque los primeros libros que cayeron en mis manos fueron los de
cuentas de la Heredad de Aguas y el de la autoescuela cuando mi padre
sacaba el carnet de conducir. Bueno también estaba la cartilla de
“Mi primer Amiguito”.
Cuando “Don Juan
Amorós” montó su propio ERE, mi padre cogió unas perrillas. Con
ellas encaló la casa por fuera y compró un televisor; un PHILIPS en
blanco y negro. Al Caribe ya habían viajado mis abuelos y no por
placer.
La televisión fue todo
un acontecimiento cultural para mi familia y mi primer acercamiento a
otro libro: El Libro Gordo de Petete, (la Wiki de los setenta). Este
me acompañó cada tarde hasta que, un buen día en la Universidad
Laboral “Licinio de la Fuente”, descubrí otro libro, El Libro
Rojo del Cole.
Lejos de animarme a
entregarme a la lectura -reglada- y al estudio -reglado- aposté por
convertirme en obrero manual y comencé a entender el mundo que me
rodeaba como la expresión de la lucha de clases.
Una de las últimas
lecciones a las que asistí, antes de subirme al andamio, fue a la de
historia con una profesora oriunda de las Tirajanas. Explicaba por
aquellos días las revoluciones del S. XIX. Llegó un viernes y tocó
hablar de la revolución de 1848 en Francia. Quedó grabado en mi
memoria la “Campaña de los Banquetes” y la “Primavera de las
naciones o de los pueblos”.
Cuando en Francia las
elecciones generales de 1846 dieron una confortable mayoría al
gobierno de Guizot, las reuniones privadas de la oposición se
multiplicaron. El gobierno decidió entonces prohibir el derecho de
reunión. Para eludir la prohibición, en julio de 1847 comenzaron a
celebrarse grandes banquetes, donde los comensales pagaban para comer
y oír los discursos de los líderes nacionales de la oposición, y
por debatir de temas políticos. Estos banquetes se extendieron
rápidamente por toda Francia (hubo 70 banquetes con un total de
22.000 comensales en todo el país), en lo que se conoce como la
«campaña de los banquetes».
Ya en 1948, se produce
una oleada revolucionaria liberal en casi toda Europa, con mayor
presencia del movimiento obrero que los anteriores procesos y con un
fuerte componente nacionalista lo que se denominó “Primavera de
las naciones o de los pueblos”.
Ese verano, como algo
premonitorio, en Santa Brígida se celebraba la “Primera Verbena
del Lechón” , como diría años después un personaje de Vendetta,
la película: “Una revolución sin bailes no vale la pena.”
Con el cambio de siglo me
convierto en padre, y mientras me cubro de canas el capitalismo
agudiza sus propias contradicciones y comienza a explorar nuevas vías
de recomposición.
Comienzan nuevos (o no
tan nuevos) momentos históricos; Las revoluciones de colores,
plantas y flores, a saber: Revolución de las Rosas, Revolución
Naranja, Revolución de los Tulipanes, Revolución del Cedro,
Revolución de los Jazmines, Revolución Blanca, Revolución Azafrán,
Revolución Verde. Flores, plantas, colores y otra vez la primavera,
esta vez árabe.
A la floricultura
revolucionaria se suma el auge de las redes sociales; Facebook,
Tuenti o Twiter llaman a la rebelión indignada. Las plazas de medio
mundo se llenan de manos que se elevan al cielo, de perfomances, de
malabaristas varios que armados con fiambreras llenas de carne con
papas o tortillas de espinacas chillan contra los políticos y los
banqueros, eso si, tan ligeros de equipaje que las banderas las
guardaron bajo llave.
Y llegó el otoño, y las
hojas de los árboles de importación se caen, y las palmeras del
país se secan, unas por la sequía, otras por la quiebra de la
empresa encargada de su riego- y la indignación más autóctona se
rebela contra la privatización de la sanidad golpeando sartenes y
calderos vacíos. Otros y otras cabreados por los derroteros que toma
la educación, fiambrera en mano toman San José del Álamo o rodean
Agüimes.
¡Los jóvenes también
estamos en esta fiesta! Gritaba un activista del movimiento
estudiantil al termino de una de las manifestaciones convocada por
las organizaciones sociales partícipes por acción u omisión en la
revolución lúdico-festiva y gastronómica del S. XXI, las que se
empeñan en mantener las banderas bajo llave.
Mientras los más
entregados a la movida se inclinan por mantener la acción a través
del Wasap (rollitos de primavera). Otros apuestan por la triple
representatividad (arroz tres delicias). Los más osados, emulando
las Verbenas del Lechón, se entregan a la “Reivindicación al
derecho a la alegría, no a los recortes en felicidad compartida”.
Ya lo decía Dominguito
el cura: “Un burro cargado de libros es un estudiante” y eso que
los animalitos de la época no tenían smartphone, que si no a ver
que hubiese dicho.
Uno que se crió barranco
arriba, apuesta por la leche con gofio y queso duro, el mejor
desayuno para resistir y luchar, para impedir que una vez más nos
recalifiquen la barricada o lo peor no la expropien y terminemos
desahuciados definitivamente. Hoy, más que nunca, es necesario hacer
saltar la cerradura que guarda las banderas y dejar las celebraciones
para cuando haya algo que celebrar, para entonces, yo pongo el ron,
el vino y las papas si hace falta.